La confesión.
I.- El encuentro.
-Si una
mujer te dice: “puedo hacerlo mejor que tú… puedo mejorar cualquier cosa que
hagas con tal de destruirme, llegar muy lejos… lo sé, eres capaz de
contestarle: nena, te espero en la meta”
“P” se
ríe. “A” un viejo amor de la adolescencia ha llegado. Se han encontrado en una
calle céntrica. Para ambos ha sido una sorpresa. “A” es madre, se lo cuenta
ante una taza de café.
-Siempre
quise encontrarte ¿sabes? –le dice “P”-, en Ciudad de México, quiero decir.
Siempre quise llamarte, encontrarme contigo, tener algo contigo… el que
estuvieras casada le aportaba un grado de morbo dulce-amargo al hipotético
encuentro. Y encima madre de esa niña…
-Pero no
lo hiciste… tú querías una hija que pude darte…
Él ríe.
-No hay
nada tuyo en Facebook, busqué y sólo supe tu dirección y teléfono, pero no me
atreví al saber que era el teléfono de tu casa. Podía haber contestado tu
esposo.
-¿Ya ves?
No hay nada… Sólo mi hija…
-Ahora no
hay nada… para ti… para mí siempre ha habido.
-Sigues
siendo un romántico incorregible. Aquél que decía amarme…
-Tu
chilanga madre –“P” se ríe-, así la llamaba mi amigo “Mo” ¿sabes? a él no le
caía bien –“A” cierra los puños y frunce los labios-, discúlpame, tu madre no
me quería ¿recuerdas?... en fin, te cuento: ella, tu madre, me dijo que yo no
podría amar a alguien jamás. Que lo mío era una novedad de tres a seis meses,
luego venía el tedio. Y tenía razón. Sexo a tope por unos meses. Eso se lo hice
a la chica hippie… debo hablarte de la chica hippie y mi encuentro con el folklore
mexicano… se lo hice…
-¿Quieres
caminar?
Se
levantan. Caminan como amigos aunque las ansias son muchas. En una calle poco transitada
“A” se detiene, lo que hace detenerse a “P” un poco sorprendido, a su lado. Ella
acerca el calor de su cuerpo a él. “P” recibe ese cuerpo extraordinario, esa
piel morena y ese cabello largo que recuerda oliendo a almendras hace ya,
muchos años. Y las tetas que chupaba deliciosamente, sentados a horcajadas, uno
frente al otro, en una posición tántrica, sobre un mueble de madera en la casa
de una tía, ya fallecida, a la que iban a follar libremente. Otra época en la
cual ninguno se conocía a sí mismo aún porque nao se había visto en el espejo empañado
del amor distinto, de lo que se ha venido llamando sexo “alternativo” aunque ya
intuido.
-No más
sexo descafeinado, nena… te quiero para otra cosa… deseo mostrarte algo.
“P”
levanta su guayabera y le muestra la espalda. “A” mira el tatuaje:
-¿Ahora usas
tatuajes?... ¡No manches!... “S.S.C.”… ¡La tríada BDSM! ¿Qué ha pasado contigo?
-Mira
esta –le muestra una en su teléfono móvil-. Es cuando me lo estaban haciendo.
-¿No te
dolió? Tienes la piel súper enrojecida… ¿qué pedo contigo?
Él ríe.
-Surgí
otra vez, volví…
-¿A poco
era cierto lo de la casona y las orgías, las niñas bien que se vendían…?
-Y tú no
me creías. Yo te fui sincero, honesto. Tu novio era un explorador de la carne…
Olvídalo. ¿Sabes? Te imaginaba. Te imaginaba por las noches cuando estaba con otras…
recordaba este cuerpo de puta que tienes. Recordaba tus tetas y esas nalgas… te
imaginaba cogiendo como perra con tu marido. Alguna vez sentí celos… luego me
pasó algo maravilloso. Quizá no me creas pero me pasa con todas las mujeres que
han compartido mi vida: las imagino cogiendo con sus parejas actuales. Primero siento
unos celos amargos que se transforman en algo dulce como veneno: Termino
teniendo erecciones enormes y excitándome. Ahora me imagino a mis ex mujeres en
la cama con otro o con muchos: eso me alimenta. Me recorre por la espina dorsal
una descarga eléctrica que estalla en mi verga. Me sacudo. Es tan, pero tan
excitante, que ahora cada vez que quiero imagino cogiendo a mis ex parejas… es
un acto vampírico. Ellas no lo saben pero yo estoy ahí con ellas. Estuve
contigo mientras tu esposo te fecundaba y te preñaba de tu hija. Esa niña es mi
hija también. Yo sentí cómo él eyaculaba, explotaba, te quemaba por dentro, te
llenaba, como se te derramaba completo. ¿Te platiqué que supe cuando engendré a
mi hija? Fue la misma poderosa sensación. La sentí bajar por la columna
vertebral y vaciarse en el útero de su madre. Sabía de ella antes de nacer. Hasta
escogí su nombre. Un nombre celta tenía que ser… Hice alquimia… ¿Comprendes?
No, no entiendes. Bueno, sabías que quería tener hijas… Algún día te explicaré…
Ahora, cuando no tengo sexo, pienso en todas ustedes, esté dónde esté: en el
cine, en una piscina, en medio de una conferencia… ¡Y eyaculo! Me quedo
temblando. Unos segundos de tiempo doblado. Luego no necesito comer. Ya me he
alimentado. Por la calle, hombres y mujeres me miran. Hay una como electricidad
estática en mi piel, brillan mis ojos, veo perfectamente a pesar de mi miopía…
-No te
creo…
-No te
pido que me creas.
-¿Vamos
al cine? Después…
-No.
-¿No?
Pensé que después de quince años sin verme…
-¡Espera,
no he dicho que no quiero! –ríe-. Antes debes conocer a alguien. Quiero hacer
un trato contigo. Mañana es sábado. Te llamaré por la tarde. Por la noche
estaremos juntos.
II.- Un largo fin de semana.
“P” va
con su amigo librero. En la complicidad de las letras caben también los
libreros. El viejo “lobo estepario” como gusta llamarle “P” al dueño de la
librería sonríe al verle. A “P” se le van los ojos entre las estanterías. Una
vez el librero le confesó: “Eres mi mejor cliente y mi amigo. En tus ojos está
la avidez por el libro, buscas entre los estantes y encuentras más de lo que
viniste a buscar”. Su amigo entrega a “P” un paquete cuidadosamente envuelto en
papel negro y atado con un cordel. “P” paga. Su amigo sólo admite la mitad del
dinero. Hay dos libros dentro pero uno se lo ha obsequiado. Guarda el paquete
en la maleta de cuero dónde lleva, también, la lap top.
“P” no
usa reloj. El viejo teléfono móvil es, a la vez, una colección de números de antiguas
amantes y una larga letanía de mensajes amorosos o francamente obscenos de
tantas otras chicas y mujeres que se los envían. A veces no recuerda quién es
la chica o la mujer que le ha enviado determinado mensaje. Una vez recibió por
tres noches seguidas fragmentos de su novela que trata sobre darkies y
orquídeas. “P” nunca supo quién era tal mujer. “P” piensa, alguna vez, dar esa
lista a un editor. Sería maravilloso hacer un libro con esos mensajes y
recordar… Pero sobre todo el móvil es un reloj que marca, para “P”, el
continuum del sexo en una línea sin pasado ni futuro. Mira la hora. Aguarda en
una esquina. No tiene necesidad de fumar, no tiene esa adicción que considera propia
de mentes débiles, pero esta tarde ha comprado cigarros. Fuma un poco.
“K” llega
por la esquina. Ante la presencia de “P” sonríe, baja la cabeza. Él le levanta
el mentón con dos dedos. Con dos dedos entreabre sus labios. Ella cierra los
ojos.
-¿Cómo va
el tatuaje? –le dice.
-Bien, me
he puesto la pomada.
-¿Sientes
comezón? Yo sí.
-Sí.
-Tengo
algo para ti. Primero vamos al cuarto y ahí abres el paquete-. Le entrega los
libros.
En el
aislamiento del cuarto “P” se siente cómodo. Fuera está un mundo. Dentro existe
otro: ampliado, hecho de cuero y fuego, de metales y sangre.
-¿Qué
pasará hoy, qué me enseñarás? –se sienta en la cama.
-Desenvuelve
tu regalo.
Ella
rompe el papel negro, desliza el cordel y libera los libros:
-“Historia
de O” de Pauline Réage. “El erotismo” de Georges Bataille.
-Léelos,
entenderás muchas cosas.
Ella baja
la vista mientras él abre la maleta de piel y extrae la venda.
-Quiero
decirte algo…
-Yo
también –dice él, sin verle.
-Yo… ya
había leído el libro.
-Lo sé –dice
“P” sin mirarla mientras saca la venda.
-¿Lo
sabes?
-¿Por qué
crees que te inicié tan rápido? Te reconocí en cuanto te vi. Eres como yo. Cuando
mis amigos y yo, cuando el director de cine cuyo nombre siempre olvidas y el
actor que tanto te gustó, te encontramos en la calle, supe quién eras. Mejor dicho
qué eras. Lo vi en tus piercings. Lo noté en tus ojos.
-Eso no
es cierto –Él la encara. Se sienta a su lado, en la cama.
-¡No me
hables así! ¿Cuántos amos has tenido antes?
-No he
tenido amos, eres el primero…
-Pero tú
sabes de este mundo. Alguien te enseñó ciertas cosas.
-No como
tú. Y jamás he conocido otra sumisa.
-Te
quiero 24/7… pero es imposible mantener el ritmo. Acabo de conocer a una sumisa
en Facebook. Ella me recordó eso. Es imposible mantener el ritmo sin que involucres
el corazón. Es mejor vernos de vez en cuando. Pero a veces te necesito.
-Yo
necesito tu dolor, el que me das…
-¡No
vayamos a terminar vainillas! Espaciemos los encuentros. Yo ahora viajo mucho.
Es mejor así. Ahora te diré lo que quiero que oigas: no soy un sádico… a ver,
déjame pensar… debe haber un porcentaje de amos que buscamos más que eso
solamente. Quiero decir: soy un sádico pero… -trata de encontrar las palabras
adecuadas-, a veces tengo periodos largos… –él baja la vista, ella mira ese perfil
alargado por la barba crecida, negra, dónde ya rayan algunas canas, un perfil
de ave rapaz-. Tengo periodos de asexualidad. Me retraigo a mi mismo. Busco. Leo
evangelios apócrifos, ¿sabes que tengo una tradición de escribir cuentos al
estilo de evangelios falsos cada Semana Santa? En fin, la cuestión es que el
sexo no me da mucho. Siempre quise más: alcanzar otra cosa. Nosotros, los de
este mundo, somos quienes más nos acercamos a una revelación. Lo que se llama
TopSpace: ver cosas, tener visiones mientras inflijo dolor. Tú has alcanzado el
SubSpace: las visiones que una sumisa o una esclava, que no es lo mismo… son
grados… en fin, tú has experimentado visiones…
-¿Qué
buscas?
-No sé…
ver… saber… Desnúdate. Te pondré la venda.
Ella lo
hace. Él lo hace. Y también se desnuda. “P” la atrae hacia él. Recuesta el
cuerpo tibio de “K” sobre su cuerpo, le penetra por detrás. Pasa un brazo
alrededor de su cuello, ella siente que le asfixia mientras le penetra con
fuerza. Entonces ”K” se sorprende. Sobre ella siente la tibieza de otro cuerpo.
Alguien le penetra por la vagina con un pene duro, largo, grueso. El cuerpo
sobre ella pesa. Le penetran con delicadeza primero y con furia después. Ella separa
las piernas, abierta, fluyendo, sorprendida. Siente una abundante cabellera
larga que se suelta sobre su cara. Separa los brazos, se entrega. Es una “X”
humana. Una cruz de San Andrés. Una cruz de aspas… un molino de viento entre
dos vergas que le muelen por dentro.
Los tres
se duermen un rato. “P” despierta primero. Va a la mesa y se sirve agua de la
botella de cortesía del hotel. “A” abre los ojos ante el ruido.
-¡Qué bonita…
y joven! Es casi una niña… es aún mejor en persona que en las tres fotos que
subiste a tu muro de Facebook.
-¡Ah,
anduviste curioseando! Una niña, quizá, que sabe más que tú y casi cualquiera con
las que he estado antes. Por eso me ha enganchado. ¿Aún duerme?
-Sí ¿A
poco sí te enganchaste?-. Ella se desabrocha el cinturón con el pene de cuero adosado.
Él no responde.
“P” la llama
con un dedo. Le ofrece agua. Ella va a coger el vaso cuando él lo acerca a sus
labios. Le obliga a beber hasta que el agua se vierte y escurre de su boca. Escucha
cómo golpea el vidrio frío en sus dientes y se deleita en la maldad que siente
al empujar el cristal, hiriéndole la parte interna de sus labios.
Ella se
deleita en el ligero dolor.
-Ven –“P”
coge la mano de “A” y la lleva al baño. Le pone debajo de la regadera y mira
largamente ese cuerpo moreno, esa mujer casi tan alta como él y de caderas anchas,
de nalgas maravillosamente redondas, de tetas turgentes. Pone una mano en su
vientre, mete un dedo en su ombligo. Abre la llave y voltea el cuerpo de “A” de
modo que quede mirando la pared. Se la folla por detrás y desde atrás. Le levanta
una pierna. Sigue con ella, hacen ruido. “K” asoma tímidamente la cabeza por la
puerta del baño. “P” voltea sin dejar de moverse dentro de “A”.
-Ven,
pasa, no te quedes ahí.
“K” entra.
En la mano lleva la venda que deja caer al suelo. Ver el cuerpo delgado y más
bajo de “K”, sus pechos pequeños, el tatuaje, las perforaciones, al lado de la
morena “A” es para “P” un contraste salvaje. Parecen una niña y una bacante
juntas. En cierta forma lo son. Pero a la vez es un engaño. Una sabe más que la
otra y eso lo sabe.
-“K” te
presento a “A”, mi primer “amor”, entre comillas… alguna vez modelo y la mujer
que me envidiaron mis compañeros de universidad… con diversión de nuestra parte…
“A”,
penetrada aún, mira atrás.
-Un
placer… -gime cuando “P” le abandona, le lastima al retirarse de ella.
-Preséntense
como es debido, ahora vuelvo.
“P” sale
escurriendo agua y va a por el dildo con cinturón. Vuelve bajo la regadera. Lleva
el cinturón sobre el hombro. Las chicas se besan, se acarician. “A” mete los
dedos en la vagina de “K” y ella hunde un dedo entre las nalgas de “A”. Ambas
tienen los ojos cerrados. “P” pone una mano sobre el hombro de “K”, le toca las
nalgas con la otra mano. Coge el cinturón y comienza a abrocharlo en la cintura
de “K”. Luego le obliga a penetrar a “A” pero “K” no se siente obligada, es,
para ella, un verdadero placer entrar en ese sexo moreno, rojo por dentro como
una boca, de “A” mientras “P”, a la vez, arremete fuerte por su ano.
En la
cama, después, entre sábanas y toallas, desnudos los tres, las chicas le hacen
preguntas a “P”:
-¿Has
amado a alguien alguna vez?
-No lo sé…
en su momento parecía que te amaba, ahora parece que amo a “K”… No, esto no es
amor. Es tan solo exploración. Búsqueda. ¡Nenas, me hacen decir mamadas! Mejor dénmelas
ustedes. Ven aquí –coge de la cabeza a “K” y le hunde la cara en su vello
púbico-, y quiero que hables hasta que yo te lo ordene.
-¿Y yo
qué hago?
-¡Ah, te
está gustando esto! ¿Eh? Será un largo fin de semana...
“P”
acerca el cuerpo de “A” y alcanza sus tetas, le chupa los pezones.
-¿De
verdad no has amado a nadie? –pregunta “A”.
-Deja de
hablar tú también y ocupa el lugar de ella.
-No lo
creo…
-Dije que
no hablaras, pequeña.
“K” baja
la mirada.
-Iremos
mañana a comer juntos, quiero bailar con ambas, quiero que me vean con ambas…
la vida ha llegado a mí. Quiero vivir lo que me quede al máximo. Eso implica no
amar. ¿Ustedes han amado a alguien?
Las
chicas se detienen. “P” les pone un dedo a cada una sobre los labios húmedos de
líquido seminal. Les da instrucciones de colocarse de rodillas, contra la
testera de la cama, luego con las manos les empuja por la espalda para
penetrarles por turno por el culo.
-Ahora
quiero que contesten: ¿han amado a alguien?
-No –dicen
ambas. “P” se turna para penetrarlas. Se corre en el ano de “A”.
-¿Y tú? –dice
“A” girando el cuerpo sobre la cama.
“P” se
limpia el pene en las nalgas de “K”. Se levanta. Se viste. Coge el teléfono
móvil de “A”, lo revisa.
-Voy por
algo para cenar.
Abre la
puerta y avisa:
-Las
quiero dormidas a mi regreso porque yo escribiré la crónica para el blog y la
subiré.
Luego
cierra. En el pasillo del hotel murmura: “no es cierto”. Pero no aclara si él
nunca ha amado a nadie o sabe que ellas no lo han hecho jamás. Y mientras, va
escuchando y viendo un video que encuentra en el moderno móvil de “A”:
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