Hacia la noche...

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lunes, 21 de mayo de 2012


El Trance
Las cinco horas de “K”. “P” llama a “K” a las dos de la mañana. No le interesa si ella duerme o se mantiene en vela. Ella tiene que hacer lo que él le ordena.
-En media hora en la plaza…
-Sí, mi Señor –dice ella.
-No, todavía no, mi amor –dice él-, eso tengo que ganármelo. El ritual de iniciación dice que debes llamarme “Señor” pero eso se gana. Llámame “P” y cuando sientas que me he ganado tu respeto, que te he enseñado a conocerte… entonces tú sola sentirás ese deseo… ahora ve a la plaza y espera.
            “P” y “K” se encuentran. Ella esta sentada en una banca. Un policía vigila en la esquina. Ve a la joven que sonríe. “P” se llena de lujuria que intenta controlar. Es excitante ver la reacción del policía que mira a la joven, casi una niña, que sonríe ante el hombre de barba, vestido de negro, que rompe la noche, se introduce en la plaza, como una especie de cuervo o ave aciaga sobre la presa. Ve a la chica que echa atrás los hombros (permanece sentada) y cierra los ojos cuando él levanta su mentón, su cara, para besarle los labios. “P” muerde hasta que sangra la boca entreabierta de ella. Pasa una mano debajo de la axila derecha, le levanta. Se van caminando sonriendo de un chiste que solo ellos comparten. Hacen seña a un taxi, abordan. El policía mira aturdido, un poco más envidiando que aturdido…
            En el hotel “P” hace sentarse a “K” sobre la cama. Están vestidos. Él le tiene recostada sobre su cuerpo, como a una niña pequeña.
-Tengo la llave de la casa vacía de una vieja tía que acaba de morir –explica-, ese será nuestro lugar. Le llamaremos “el pozo”. Mañana te llevaré a conocerlo. Cuando te llame te diré: ve al pozo e irás, solícita. ¿Es un acuerdo?
-Sí… -dice ella, levanta la cara pidiendo un beso.
-No –dice él -, ahora desnúdate-, te enseñaré el fuego…
-¿Y me quemará?
-Te quemará… con otro conocimiento… -ríe-. Sé que suena mamón pero es cierto. Termina y ven. Puedes mirar.
Él se desnuda. Abre la maleta de piel. Ella se acerca y mira, estira los ojos. Pinzas de metal, como para tender la ropa limpia, velas rojas, las esposas y una venda.
-Te vendaré los ojos, recuéstate en la cama, bocarriba.
Ella obedece.
-Estira los brazos y piernas. Los brazos sobre la cabeza.
Ella lo hace.
“P” le coloca las esposas en las muñecas y los tobillos, haciéndole formar una “x” humana. Cierra las esposas sobre los barrotes de la cama. Le pone la venda. Trabaja unos minutos encima de ella, con un dildo que hace penetrar en su ano y vagina. Cuando ella está a punto de experimentar el orgasmo, mojada como un pez recién pescado, él deja de manipular el dildo que le deja muy dentro de su vagina. Ella gime y tuerce la boca, se muerde los labios. “P” extrae una “Gag Ball” y la mete bruscamente entre los labios de ella. La cierra detrás de su nuca. Pone las pinzas en los pezones erectos. “K” se retuerce un poco.
-Tranquila –dice él-, aún no empezamos…
Enciende una vela roja. Acerca la llama a los pechos. Ella percibe el calor, respira agitada. “P” deja gotear la cera poco a poco, lentamente… En un momento dado crea ríos rojos en sus senos, su vientre. Escurre dos gotas sobre los labios de su sexo. “K” echa la cabeza a un lado. “P” retira el dildo y ocupa el lugar del juguete. Entra suavemente, luego con fuerza, brusquedad, mientras penetra el anillo rosado de su ano con rapidez.
Esta vez, sabe, no alcanzará ningún estado alterado de conciencia, está cansado pero quiere enseñarle a ella algo nuevo, quizá…
“K” escurre saliva por las comisuras de la boca. Cuando él termina dentro de ella parece dormirse sobre su cuerpo atado. Abre los ojos. Niega con la cabeza. Entra al baño. Se pone a cagar un rato, pensativo. Se ducha. Bajo el agua tiene pensamientos inconexos, escenas rápidas. El agua no es solución ni consuelo. Pega la frente a la pared de mosaico. La golpea con los puños. Se seca a medias con la toalla. Vuelve a la cama. Mira, contempla a “K” con detenimiento. Parece que ella se ha dormido. Penetra en su vagina con dos dedos, tres. “K” se mueve, despertando bajo la venda. Él mueve los dedos diestramente, toca, hunde las yemas dentro, los introduce más, ella se retuerce como puede. Es él una extensión de un látigo eléctrico que a ella le recorre el cuerpo. Le irradia. Levanta la cadera, dándose. Cuando parece que ella va a ser sometida al orgasmo él retira la mano. Le deja así, le mira. Ella no entiende bajo la venda. Pasan unos minutos que parecen largos. Vuelve él a repetir lo mismo, esta vez son cuatro dedos, cinco. El puño completo. Ella se expande. Abre los ojos bajo la venda. Es brutal pero distinto. Levanta la cadera. Dolor y placer son uno. Él entra y saca el puño. Extiende los dedos dentro. Desgarra.
-¿Estás bien? –Ella asiente con la cabeza -¿quieres que siga? –ella se curva, babea, llora, afirmando con la cabeza.
“P” gotea líquido seminal. Ha mojado el colchón. De repente, sin avisar, saca la mano. “K” está agotada pero aún así se deja fluir en un chorro de orina con sangre. Gruesos lagrimones escurren bajo la venda. Su cara cae sobre su hombro. “P” se recuesta a su lado. Retira las esposas. Ella no se mueve, dormida o desmayada. “P” la abraza. Duermen hasta las 7 de la mañana, hora en que suena la alarma del móvil de él. “P” le indica a “K” que se levante, que se vista, pide que le acompañe. Ella accede.
-¿Has visto el tatuaje en mi espalda?
-Sí –dice ella-, pero no creí conveniente preguntar.
-¿Qué? ¡No, mi amor! ¿Cómo puede ser eso? Cuando quieras preguntar algo, hazlo… me lo hice hace tres días. Mi amiga “J” estaba chateando conmigo, de pronto se me ocurre decirle que quería hacerme un tatuaje, un símbolo céltico, el Triskel… un Triskel modificado que contiene las letras S.S.C. en cada una de sus alas o piernas. Es el símbolo de la gente que, como tú y yo, vivimos un tipo de sexualidad distinta. 

-Sí: exploradores de la carne… buscadores… eso dijiste alguna vez… ahora voy entendiendo.
Ambos ríen.
-¿Lo quieres? ¿Quieres este símbolo en tu espalda, como el mío?
Ella lo mira. Le dice sí sin titubear.
Cuando “K” se sienta en la silla del tatuador, con la espalda desnuda y los pechos sobre el respaldo de la silla, “P” fotografiará todo el proceso. Ella escucha el sonido de la aguja eléctrica, que le recuerda la sesión del dentista, y se pone nerviosa. Cierra los ojos.
-Debe dolerte, nena, sólo así el tatuaje significará algo…
“P” extrae del bolsillo de su pantalón una hoja doblada y comienza a leer:
“Yo te heriré sin ira alguna,
Sin odio –como un carnicero-
Como Moisés hirió la roca
Y haré que broten de tus párpados
(…)
Las aguas de los sufrimientos.”
El tatuador demora un poco, espera la señal de “P” que deja de leer y asiente con la cabeza. Apaga la aguja eléctrica. Ella mantiene los ojos cerrados, la cabeza baja. El tatuador extrae una aguja hueca y un martillito. Comienza a trabajar con “K” usando un antiguo artilugio tribal. “K” intenta soportar el dolor. Cada golpe es una aguja de fuego que le penetra la espalda. No se mueve. Soporta. “P” sigue leyendo, son los versos de Baudelaire:
“Yo soy la herida y el cuchillo,
La bofetada y la mejilla,
Los miembros soy y soy el potro
Y soy el reo y el verdugo.”
“K” navega en el dolor, sus parpados aletean. Por un instante parece que va a desmayarse. El tatuador cesa. Él y “P” la atan a la silla con correas. El tatuador sigue su trabajo. Da golpecitos con el martillito sobre la aguja hueca que poco a poco deposita la tinta negra y gris bajo la dermis.
“Soy de mi corazón vampiro…”
“K” no escucha, no mira, el tiempo se le dobla, deja de importar. Parece que se duerme. Navega, sobrevuela, olas de dolor que parecen alas… son alas que le remontan lejos, muy alto, sobre colinas plácidas que chisporrotean hiriéndole la espalda con cien mil chispas incandescentes.
-¡SubSpace! –pronuncia “P”.                     
Y el dolor de ella no acaba pero ya no es dolor. Y no tiene palabras para saber qué es o cómo describirlo. 

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