El Trance
Las cinco
horas de “K”. “P” llama a “K” a las dos de la mañana. No le interesa si ella
duerme o se mantiene en vela. Ella tiene que hacer lo que él le ordena.
-En media
hora en la plaza…
-Sí, mi
Señor –dice ella.
-No,
todavía no, mi amor –dice él-, eso tengo que ganármelo. El ritual de iniciación
dice que debes llamarme “Señor” pero eso se gana. Llámame “P” y cuando sientas
que me he ganado tu respeto, que te he enseñado a conocerte… entonces tú sola
sentirás ese deseo… ahora ve a la plaza y espera.
“P” y “K” se encuentran. Ella esta
sentada en una banca. Un policía vigila en la esquina. Ve a la joven que
sonríe. “P” se llena de lujuria que intenta controlar. Es excitante ver la
reacción del policía que mira a la joven, casi una niña, que sonríe ante el
hombre de barba, vestido de negro, que rompe la noche, se introduce en la
plaza, como una especie de cuervo o ave aciaga sobre la presa. Ve a la chica
que echa atrás los hombros (permanece sentada) y cierra los ojos cuando él levanta
su mentón, su cara, para besarle los labios. “P” muerde hasta que sangra la
boca entreabierta de ella. Pasa una mano debajo de la axila derecha, le
levanta. Se van caminando sonriendo de un chiste que solo ellos comparten. Hacen
seña a un taxi, abordan. El policía mira aturdido, un poco más envidiando que
aturdido…
En el hotel “P” hace sentarse a “K”
sobre la cama. Están vestidos. Él le tiene recostada sobre su cuerpo, como a
una niña pequeña.
-Tengo la
llave de la casa vacía de una vieja tía que acaba de morir –explica-, ese será
nuestro lugar. Le llamaremos “el pozo”. Mañana te llevaré a conocerlo. Cuando te
llame te diré: ve al pozo e irás, solícita. ¿Es un acuerdo?
-Sí…
-dice ella, levanta la cara pidiendo un beso.
-No –dice
él -, ahora desnúdate-, te enseñaré el fuego…
-¿Y me
quemará?
-Te
quemará… con otro conocimiento… -ríe-. Sé que suena mamón pero es cierto. Termina
y ven. Puedes mirar.
Él se
desnuda. Abre la maleta de piel. Ella se acerca y mira, estira los ojos. Pinzas
de metal, como para tender la ropa limpia, velas rojas, las esposas y una
venda.
-Te
vendaré los ojos, recuéstate en la cama, bocarriba.
Ella obedece.
-Estira
los brazos y piernas. Los brazos sobre la cabeza.
Ella lo
hace.
“P” le
coloca las esposas en las muñecas y los tobillos, haciéndole formar una “x” humana.
Cierra las esposas sobre los barrotes de la cama. Le pone la venda. Trabaja unos
minutos encima de ella, con un dildo que hace penetrar en su ano y vagina. Cuando
ella está a punto de experimentar el orgasmo, mojada como un pez recién
pescado, él deja de manipular el dildo que le deja muy dentro de su vagina. Ella
gime y tuerce la boca, se muerde los labios. “P” extrae una “Gag Ball” y la
mete bruscamente entre los labios de ella. La cierra detrás de su nuca. Pone las
pinzas en los pezones erectos. “K” se retuerce un poco.
-Tranquila
–dice él-, aún no empezamos…
Enciende una
vela roja. Acerca la llama a los pechos. Ella percibe el calor, respira
agitada. “P” deja gotear la cera poco a poco, lentamente… En un momento dado crea
ríos rojos en sus senos, su vientre. Escurre dos gotas sobre los labios de su
sexo. “K” echa la cabeza a un lado. “P” retira el dildo y ocupa el lugar del
juguete. Entra suavemente, luego con fuerza, brusquedad, mientras penetra el
anillo rosado de su ano con rapidez.
Esta vez,
sabe, no alcanzará ningún estado alterado de conciencia, está cansado pero
quiere enseñarle a ella algo nuevo, quizá…
“K” escurre
saliva por las comisuras de la boca. Cuando él termina dentro de ella parece
dormirse sobre su cuerpo atado. Abre los ojos. Niega con la cabeza. Entra al
baño. Se pone a cagar un rato, pensativo. Se ducha. Bajo el agua tiene pensamientos
inconexos, escenas rápidas. El agua no es solución ni consuelo. Pega la frente
a la pared de mosaico. La golpea con los puños. Se seca a medias con la toalla.
Vuelve a la cama. Mira, contempla a “K” con detenimiento. Parece que ella se ha
dormido. Penetra en su vagina con dos dedos, tres. “K” se mueve, despertando
bajo la venda. Él mueve los dedos diestramente, toca, hunde las yemas dentro, los
introduce más, ella se retuerce como puede. Es él una extensión de un látigo eléctrico
que a ella le recorre el cuerpo. Le irradia. Levanta la cadera, dándose. Cuando
parece que ella va a ser sometida al orgasmo él retira la mano. Le deja así, le
mira. Ella no entiende bajo la venda. Pasan unos minutos que parecen largos. Vuelve
él a repetir lo mismo, esta vez son cuatro dedos, cinco. El puño completo. Ella
se expande. Abre los ojos bajo la venda. Es brutal pero distinto. Levanta la
cadera. Dolor y placer son uno. Él entra y saca el puño. Extiende los dedos
dentro. Desgarra.
-¿Estás
bien? –Ella asiente con la cabeza -¿quieres que siga? –ella se curva, babea,
llora, afirmando con la cabeza.
“P” gotea
líquido seminal. Ha mojado el colchón. De repente, sin avisar, saca la mano. “K”
está agotada pero aún así se deja fluir en un chorro de orina con sangre. Gruesos
lagrimones escurren bajo la venda. Su cara cae sobre su hombro. “P” se recuesta
a su lado. Retira las esposas. Ella no se mueve, dormida o desmayada. “P” la
abraza. Duermen hasta las 7 de la mañana, hora en que suena la alarma del móvil
de él. “P” le indica a “K” que se levante, que se vista, pide que le acompañe. Ella
accede.
-¿Has
visto el tatuaje en mi espalda?
-Sí –dice
ella-, pero no creí conveniente preguntar.
-¿Qué?
¡No, mi amor! ¿Cómo puede ser eso? Cuando quieras preguntar algo, hazlo… me lo
hice hace tres días. Mi amiga “J” estaba chateando conmigo, de pronto se me
ocurre decirle que quería hacerme un tatuaje, un símbolo céltico, el Triskel…
un Triskel modificado que contiene las letras S.S.C. en cada una de sus alas o
piernas. Es el símbolo de la gente que, como tú y yo, vivimos un tipo de
sexualidad distinta.
-Sí:
exploradores de la carne… buscadores… eso dijiste alguna vez… ahora voy entendiendo.
Ambos
ríen.
-¿Lo
quieres? ¿Quieres este símbolo en tu espalda, como el mío?
Ella lo
mira. Le dice sí sin titubear.
Cuando “K”
se sienta en la silla del tatuador, con la espalda desnuda y los pechos sobre
el respaldo de la silla, “P” fotografiará todo el proceso. Ella escucha el
sonido de la aguja eléctrica, que le recuerda la sesión del dentista, y se pone
nerviosa. Cierra los ojos.
-Debe
dolerte, nena, sólo así el tatuaje significará algo…
“P”
extrae del bolsillo de su pantalón una hoja doblada y comienza a leer:
“Yo te
heriré sin ira alguna,
Sin odio –como
un carnicero-
Como Moisés
hirió la roca
Y haré
que broten de tus párpados
(…)
Las aguas
de los sufrimientos.”
El tatuador
demora un poco, espera la señal de “P” que deja de leer y asiente con la
cabeza. Apaga la aguja eléctrica. Ella mantiene los ojos cerrados, la cabeza
baja. El tatuador extrae una aguja hueca y un martillito. Comienza a trabajar
con “K” usando un antiguo artilugio tribal. “K” intenta soportar el dolor. Cada
golpe es una aguja de fuego que le penetra la espalda. No se mueve. Soporta. “P”
sigue leyendo, son los versos de Baudelaire:
“Yo soy
la herida y el cuchillo,
La bofetada
y la mejilla,
Los miembros
soy y soy el potro
Y soy el
reo y el verdugo.”
“K” navega
en el dolor, sus parpados aletean. Por un instante parece que va a desmayarse.
El tatuador cesa. Él y “P” la atan a la silla con correas. El tatuador sigue su
trabajo. Da golpecitos con el martillito sobre la aguja hueca que poco a poco
deposita la tinta negra y gris bajo la dermis.
“Soy de
mi corazón vampiro…”
“K” no
escucha, no mira, el tiempo se le dobla, deja de importar. Parece que se
duerme. Navega, sobrevuela, olas de dolor que parecen alas… son alas que le
remontan lejos, muy alto, sobre colinas plácidas que chisporrotean hiriéndole
la espalda con cien mil chispas incandescentes.
-¡SubSpace!
–pronuncia “P”.
Y el
dolor de ella no acaba pero ya no es dolor. Y no tiene palabras para saber qué
es o cómo describirlo.
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