Intermission
Historias de Noche…
“Imagina
a una diosa blanca danzando sobre las mesas en un bar de vampiros…” antes de
que “P” pueda decir más Mariana le besa y le silencia. Ella le aprieta las
tetillas, retorciéndolas entre sus dedos mientras él cierra los dedos en su
cuello hasta que pida ceder. “P” ha invitado a Mariana a verle. Ha accedido. Mariana
es la única mujer de quien se puede escribir su nombre en esta historia. Ma ria
na. Ma-ria-na. Mariana es el flujo de una fantasía que lleva ya muchos años
manteniéndose sobre la corriente. “P” piensa en ambos como un par de románticos
trasnochados, de cursis nocturnos. Mariana es, quizá, la única mujer de quien
puede decir que ha permanecido enamorado… de alguna forma. Es la mujer que, a
pesar de que cambie de pareja está ahí, para él y él para ella.
Ella
le ha dicho: “contigo le puse los cuernos a mi primer novio en aquella cama de
hotel, después de habernos conocido en aquél encuentro de escritores y volví a ponérselos
a mi segundo novio en el D.F.”
“P”
sonríe. Le dice: “pues contigo le puse los cuernos a mi primera esposa la vez
que tú se los pusiste a tu segundo novio”.
“Se
ríen, cómplices.
“Recuerdan:
iban en un autobús con otros dos chicos. Eran los únicos a bordo. Los otros
dos, sentados en el asiento al otro lado del pasillo, les escuchaban conversar.
Tenían el aspecto de criminales pero ponían excesiva atención a la conversación
de “P” y Mariana:
-¿Por
qué tienes esa cicatriz en el hombro?
-Porque
me gusta que me corten cuando tengo sexo.
“P”
siente crecer una erección.
-Mira
–le dice, le muestra la muñeca izquierda y las cicatrices- Intentos de
suicidio.
Los
criminales de al lado escuchan música pero ahora han bajado el sonido. Atienden.
-Ya
quiero llegar.
-Yo
también.
Acaso
esas palabras las dijo él primero, acaso ella. Son intercambiables y ambos se
han encontrado y ahora reconocido. Con el tiempo “P” escribiría una novela que
dedicará a Mariana. Ahí estará la anécdota, ahí narrará cómo se fueron a la
playa, después de una noche de sexo sin penetración, parafílico, sangriento, que
incluía el Golden Shower que él le haría a ella bajo la regadera antes de
bañarse, y al volver Mariana a su ciudad su madre –que no sabía dónde había
estado-, le soltaría: “hueles a mar”. Y ella se sorprendería.
“La
relación de “P” y Mariana se puede mantener porque ambos aman al otro sin
celos, sin lo que los autores de novelas baratas (a veces esto, piensa “P”, se
parece a una novela barata) denominan “ataduras”.
“P”
cuenta a Mariana la historia de “K”. No faltan detalles, incluyendo aquella
parte dónde le confiesa que “K” tiene 19 años. Mariana se ríe de buena gana. Añade
el que una chica le ha dicho en el inbox del Facebook: “Depredador, lobo, patán…”.
Mariana vuelve a reír.
-¿Y
acaso no eres un depredador? Deberías de sentirte orgulloso “P”.
“¿Sabes
que volví al Facebook solo por ella? Sí. Por “K”. No tenía el número de su
celular pero sí su nombre y apellidos, así que la busqué. La encontré. Ahora
tengo varias vías, en realidad, para saber dónde se encuentra cuando quiero
algo con ella. Pero ya te contaré de “K”. Antes permíteme contártelo todo…
desde el principio.
“Empezó
–narra “P”-, cuando decidí traer a Al, el cineasta peruano a la ciudad. Habíamos
coincidido en unas jornadas de cine y nuestros puntos de vista eran parecidos. Decidí
enseñarle la Ciudad de México primero. De nuestra habitación de hotel entraban
y salían las chicas, recuerdo dos: una morena mexicana que se sentó al lado de
él y una hermosa muñeca catalana, delgada y rubia que estaba a mi lado. Ambas fumaban
hachís y fueron tan buena onda como para invitarnos. De ahí la noche se
prolongó durante días incluyendo una fiesta con unos productores en Coyoacán dónde
terminé compartiendo la mesa y los labios de dos maquillistas cinematográficas.
Al y yo compramos los boletos para el autobús que nos llevaría al puerto. Le había
advertido que no bebiera cervezas porque no lo dejarían abordar. Al alegó que
en Perú no pasaba eso, Yo me reía diciendo que en México sí, Al que eso era
estúpido, yo que sería estúpido si a ambos no nos dejaban abordar por su culpa,
así que compré un café e intentamos pasar el arco antimetales. Pasé pero el
policía detuvo a Al. Tuve que alegar que era un sudamericano que no sabía de estúpidas
reglas mexicanas. Tras casi pasar la hora de salida él sujeto nos dejó pasar
diciendo que no nos permitirían abordar, que eran unos mamones los de esa línea
de autobuses. Abordé yo, y como suponía, a Al le dejaron abajo. La mujer policía
fue hasta mi asiento para advertirme que mi compañero no viajaría. En la puerta
le miré:
-No
te preocupes, me voy en la próxima salida.
“Supuse
que Al, simplemente se quedaría en la Ciudad de México, volaría a Perú y ahí
acabaría todo pero no fue así. Una llamada a mi celular al día siguiente me
hizo saber que Al había logrado colarse en un autobús de segunda y había
llegado. Como durante las jornadas de cine habíamos andado juntos no nos habíamos
molestado en apuntar los teléfonos o correos electrónicos del otro, así que había
tenido que llamar al Instituto de Cinematografía dónde le proporcionaron mi
número. Al llegar al puerto le llevé a un hotel barato. Por la tarde fuimos al
cine a intentar ver una película de la muestra internacional pero a quien vimos
fue a un amigo gay, “R”, dueño de una hermosa finca que es un desarrollo
ecoturístico a la vez. Presenté a Al con él. “R” preguntó qué haríamos al día
siguiente. Le dije que pensábamos ir a las ruinas arqueológicas del Tajín. Él opinó
que antes fuéramos a su finca.
“Dice
el mito hebreo que antes que Eva fue Lilith, la primera mujer de Adán, en
realidad un espíritu, quien le enseñó el placer de la carne. Así, antes que “K”
fue Chris, también llamada Mya. Chris nos miró en un restaurante, en la
calurosa noche del puerto y se sentó con nosotros. Terminamos con ella en un
hotel. Tres. Y gritamos toda la noche. El hotelero iba a callarnos a cada rato.
Chris lloraba por momentos, recordando a sus hijos que mantienen alejados de
ella mientras se drogaba. También le declamé aquel verso de Byron:
“La
espalda al ángel volteé
Y por
el sendero del pecado caminé,
Doce
pasos, doce campanadas,
Hasta
la puerta dónde nunca entré”
“A
lo Chris respondió: quieres cogerme. La mañana llegó húmeda, cansada, con el
cuarto lleno de humo de cigarro. “R” me envió un mensaje al celular. Debo decir
que había olvidado a “R”. De mala gana fuimos a un lugar céntrico para
esperarlo. A bordo de la camioneta iba “I” un actor que estaba haciendo los
storyboards de una historia que quería filmar. Preguntó quienes éramos y qué hacíamos.
-Venimos
de unas jornadas de cine. Hubo gente de Brasil, Francia, España, en fin…
yanquis incluidos. Nos hicimos amigos de muchos de ellos. Él viene de Perú.
-¿Y
tú eres actriz? –le preguntaron a Mya.
Ella,
sentada a mi lado, sólo dijo:
-¡Yo
soy pura cabrona!
“I”
se sorprendió por el encuentro. Quizá habría posibilidad de hacer algo, de
colaborar. Un guionista, un director de cine, un actor, una putilla que no
cobra por dar las nalgas a un par de locos que conoce en un restaurante bar nocturno…
¡A toda madre!
“Pasamos
una tarde de humo verde, nadando en el río, persiguiéndonos entre el bambú y
los naranjos. Entonces Chris o Mya le pidió permiso a “R” de desnudarse. Los
hombres y los gays terminamos con toallas en la cintura. Mya, morena clara de
cabello de negra, se paseaba en todo su perturbador esplendor por la finca. Durante
media hora se sentó sobre mi mano mientras yo le metía los dedos en el ano y, como
podía, entre los labios vaginales mientras hablábamos de cine y futuras
colaboraciones culturales.
“Fui
al baño de la cabaña a orinar. A mi regreso encontré a Chris que, llevando una
toalla, me soltó en el sendero de piedra:
-¿Quieres
venir conmigo a la cabaña? –su sola pregunta me la levantó de súbito.
-Claro
que sí, nena –dije.
“Sobre
una pantalla, colocada a un lado de la barra del restaurante al aire libre que
da al río, pasaban el video de los Doors:
“Al
ritmo de “light my fire” le seguí mirándole las nalgas, pensando en esa frase
de Bataille cuando el cliente le mira el culo a la puta que le lleva, escaleras
arriba, a los cuartos dónde se acostará con ella en un mero intercambio económico:
“¡la que va para arriba!” y ella no dejaba de fumar en su pipa de barro.
“En
la cabaña explicó: le conté mi fantasía a “R”, quiero que me cojan entre todos.
Nunca he hecho una orgía. Quiero que me la metan los cuatro. La cogí del
cuello, de mala forma la tiré sobre los cojines de la banca de piedra que rodea
el muro circular de la cabaña. Me desnudé de inmediato y la penetré. En unos
segundos, mientras ella gemía y yo la gozaba, aparecieron Al, “R” e “I”, con
cámara y celulares para filmarnos. “R” rodeó la cabaña, se situó en el exterior
de la ventana de cristal que da sobre la banca de piedra, justo sobre el ojo de
agua con nenúfares que está al pie del muro, afuera. No dejaba de grabarnos. Al
se quedó a la entrada de la cabaña, buscando ángulos, y la forma en que la luz
tiñera mejor la escena. “I” grababa sin ton ni son. Dos colores de piel. Morena
y blanco. Uno de pie metiéndosela a la otra como a una gata sobre los cojines.
“¿Recuerdas
que puse una nota aclaratoria en mi muro de Facebook? Decía: “desmentido, no
hice una película pornográfica con una negra. Negra sólo tiene el alma”. Chris,
pudorosa, se cubrió la cara con un cojín. Eso me desconcentró… ¡y yo que quería
seguir! Ella dio al traste con su propia fantasía y yo no pude terminar en ella.
Yo le hablé de Dionisio el dios del éxtasis y cómo Jim Morrison se casó con una
bruja wicce a quien destruyó porque nadie puede atrapar a un hijo de Dionisio. Le
dije que soy un seguidor del dios y del mismo dios cornudo que los seguidores de
la wicca adoran. Mya escuchaba maravillada, más maravillada que consciente
mientras volaba…
“Amanecimos
a la orilla del río. Locos, ciegos, sordos. “R” nos llevó a una casa dónde,
entre la maleza, encontramos una estela prehispánica. Y una niña, la nieta del
dueño de la casa en cuyo patio está la piedra, que contaba una historia sobre
la pieza aquella. Durante la noche hablamos de la posibilidad de filmar un
cortometraje: la estela sería como un McGuffin que desataría una historia mística.
“R” nos enseñó una puerta roja con vitrales de su propio diseño. La añadiríamos
al corto. Partimos a la ciudad dónde Al llamó al aeropuerto para cancelar el
boleto. Le dieron prorroga de un mes. Mientras “R” daba vuelta a la manzana
tratando de encontrar estacionamiento dejó en la calle a “I” y a Al quienes
fueron a buscar un ciber café. Le pedí que se orillara y nos dejara ahí. Me
metí con Chris en un hotel a terminar lo que nos habían interrumpido. La chica se
movía como látigo, apretándome exquisitamente con sus paredes vaginales, no
intenté nada con ella más allá del sexo descafeinado. “Tan sólo es una
prostituta” como dijera el dramaturgo John Ford.
“Esa
es la historia de Chris a quien rencontraríamos durante la filmación del corto.
Aparecía de repente, en bares, restaurantes, como un pinche demonio. En una de
esas me increpó: “hola mi amor… estoy embarazada y es de ti”
Mariana
ríe.
-¿Cómo
conocieron a “K”?
-Al
principio de la filmación estuvo Chris, al final y ahora ha estado “K”.
“De
todas las chicas que entraron y salieron del rodaje ellas estuvieron al
principio y al final. La línea se cierra. Es un círculo. Un Triskel. Y fue así:
la última escena se filmaría en las ruinas del Tajín pero no nos concedieron
los permisos así que recordé que existe un lugar, en la costa de Veracruz,
llamada Quiahuistlán, dónde hay una serie de tumbas prehispánicas con forma de pirámides
en miniatura. Está sobre “la ruta de Cortés”, así que allá nos encaminamos,
bailando por la calle Al y yo mientras “I” tocaba una ridícula flauta de
carrizo de esas que usan los totonacas, los indígenas de Papantla. Íbamos borrachos
con cerveza y alcohol barato (por un mes dejé el buen vino tinto sin importarme
demasiado debido a la marea que nos envolvió), entramos al mercado municipal
dónde habíamos estado rodando una secuencia larga y alucinada con la
complicidad de todos los locatarios a despedirnos. No dejábamos de bailar. Los
locatarios reían y saludaban, nos abrazaban. Fue al doblar la esquina. Ella estaba
ahí. Vestida como un sueño darkie, con piercings en los labios. Se me fueron
los ojos sobre su cuerpo delgado, casi infantil. Al comenzó a hablarle primero.
Bromeábamos con ella sobre cosas que he olvidado. Al principio pareció
evadirnos pero luego se rió de buena gana. Nos dijo que estaba pensando y decidiendo
si viajaría o no a ver a su esposo. Fue Al quien le propuso que nos tomara como
esposos a nosotros. Que éramos gente de cine, que esto y lo otro. Yo le miré, a
él quiero decir, pues se me había adelantado y ella nos miraba con unos ojos
que no supe interpretar. Soltó un “Ok” por respuesta.
-¿En
serio vas con nosotros? –dijo “I”, asombrado.
-Sí,
sí voy –contestó. Y, la verdad, nos había sorprendido a los tres.
“En
ese momento decidí que tenía que ir con ellos. Al principio sólo iría a
despedirlos hasta el autobús. Un autobús barato que los llevaría a una ciudad
dónde transbordarían y así hasta llegar al destino.
Yo llevaba poco dinero pero dije que no
llevaba nada. Fue el primer anzuelo. “K” me miró y dijo:
-Somos
cuatro y quiero que sigamos siendo cuatro, por favor. Yo puedo prestarte dinero-.
Ella había picado como una trucha de río.
“El terreno
desde dónde partían los autobuses era caliente y polvoriento. El autobús era
incómodo y escogimos los asientos traseros. Durante toda la ruta, entre ranchos
verdes y caminos rurales que nos sacarían a la playa “K” se sentaba por turno
sobre las piernas de cada uno, besándonos entregada a la vez que bebíamos más y
más. Luego le metimos mano y dedos y lo que pudimos. El autobús estaba caliente
y ardió. El boletero caminaba por el pasillo mirándonos de reojo o, de plano,
de frente mientras ella, con la blusa abajo nos enseñaba las tetitas para
chuparlas. Al ser tres tuvimos la cortesía de ceder el turno a dos y el otro
esperar. El chofer miraba por el espejo retrovisor. Por un momento temí que el
sujeto dejara el volante y nos estrellara. Las dos mujeres que iban en los
asientos contiguos, delante, parecían escandalizadas. “K” estaba babeada, la
ropa estirada y nuestros dedos entraban y salían por sus orificios. Fue “I”
quien descubrió los anillos de sus labios vaginales y me lo dijo. Lo comprobé
por mi mismo. Así, entrando y saliendo de ella nuestras manos, dedos y labios, llegamos
a esa ciudad calurosa. “I” le preguntó a la mujer que iba en el asiento de adelante
dónde quedaba el sitio de autobuses. La mujer, que había parecido escandalizada
por lo que hacíamos con “K”, sonrío de buena gana, dijo algo alusivo a que nos
había visto todo el camino haciendo aquello. Le solté si quería seguir con
nosotros, que la invitábamos, así sólo faltaría una chica para completar el
sexteto. La mujer empezó a reírse pero no se negó. Nos acompañó durante dos
cuadras mientras yo me quedaba atrás para besar a nuestra nueva adquisición y
morderle el piercing del labio. “I” despidió a la amable pasajera besándole la
boca. La mujer se fue caminando, volteando un poco antes de desaparecer.
“Encontramos
el segundo autobús y seguimos turnándonos a “K” hasta que quedó con el
delineador de los ojos corrido por el sudor, despeinada y maravillada por la
experiencia. “I”, en un acto vulgar, conectó el móvil y puso un video de
YouTube:
“Lo
que recuerdo es el cigarro que compramos en la farmacia que estaba justo sobre
la acera dónde el autobús nos dejó. El cigarro que compartimos y a “K”, la
chica que compartimos, y cómo Al la levantó en brazos a través de las calles,
hasta la playa. La tarde se oscurecía y me la pasó a mí para entrar a una
tienda a comprar cervezas. Delgada, la sostuve en alto mientras me llenaba de
una alegría que no recordaba haber sentido en mucho tiempo. “K” nos pertenecía
y la gente, turistas europeos que abarrotaban las calles, miraban sin mucha
sorpresa lo que hacíamos. Y ahí estaba la arena y el mar. Y ahí la noche que
oscurecía. Al entró al agua. Los silbidos comenzaron. “K” le siguió con una
cerveza. Más silbidos. Nos rodearon cuatro salvavidas con silbatos colgándoles del
cuelo.
“Alguno
habló de llamar a la policía. “K” salió del mar. Otra vez tuve que dar la
explicación del peruano ignorante de las leyes de este país. Que ni siquiera
nosotros sabíamos que la playa se cerraba a las 8 de la noche y mucho menos que
estaba prohibido entrar al agua con bebidas alcohólicas. Los salvavidas se
calmaron cuando Al, después de desafiarlos unos segundos en que se arrojó sobre
las olas una y otra vez, de espaldas, salió sin mucha prisa y se acercó a
nosotros y a los salvavidas. Tras unas palabras con ellos se fueron. Gocé la
noche y a la muchacha. Gocé el gozo de mis amigos. El mar estaba tranquilo y
fantasmas cuyas caras no veía se movían por la playa, solos o en parejas, poco a
poco dejando sola la arena y el mar.
“En
ese momento decidí que tenía que volver…
-¿Qué?
–pregunta Mariana- ¿Y volviste?
-Sí.
Ella me dio el dinero y se fue a un hotel con ellos. Le dejé mi número de
celular. Le hice prometer que me llamara al día siguiente como había decidido. Yo
regresé en un taxi hasta otra ciudad. De ahí transbordé en un autobús de
segunda hasta una nueva ciudad, cansado, durmiéndome todo el camino y no
esperando nada. Al llevaba el material del cortometraje sin editar, a Lima,
Perú, dónde una vez editado y musicalizado, será exhibido en las fronteras de
todos los países andinos y en Brasil.
-¿Y “K”?
-Bueno.
A la mañana siguiente me llamó al celular. Sin pensarlo salí tras ella. Nos encontramos,
nos fuimos a un hotel y cuando se sacó los pantalones vi que no llevaba nada
debajo. La explicación que dio fue que nuestros amigos la habían despertado
después de usarla como a una puta diciéndole que tenían prisa, que se vistiera rápido
y salieron a filmar al lugar acordado.
“Así
me fue entregada “K”, mi esclava dispuesta a ser tuya si se lo pido. ¿Sabes?
Recuerdo aquella niña… ¿tendría unos diecisiete años? Aquella que me dijiste
que te había gustado. Era la hija del alcalde anfitrión durante aquel encuentro
de escritores… cómo deseé tenerla con nosotros en un cuarto de hotel. Que la
gozaras y yo te viera gozarla…
-¡Oh,
sí!... pero hoy… el resto es historia…
-La
Historia de “K”… a la que se ha unido “A” de quien te hablaré luego y ahora tú.
-¿Quién
es ella?
-Se
ha ido a Ciudad de México… dónde “K” y yo viajaremos pasado mañana.
A “P”
se le ocurre algo:
-¿Quieres
ir? –le pregunta a ella.
Mariana
sonríe.
-Sí –dice-.
Quiero jugar unos días…
-Juguemos
entonces… cabalguemos juntos…
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