Hacia la noche...

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domingo, 3 de junio de 2012


Intermission
Historias de Noche…
“Imagina a una diosa blanca danzando sobre las mesas en un bar de vampiros…” antes de que “P” pueda decir más Mariana le besa y le silencia. Ella le aprieta las tetillas, retorciéndolas entre sus dedos mientras él cierra los dedos en su cuello hasta que pida ceder. “P” ha invitado a Mariana a verle. Ha accedido. Mariana es la única mujer de quien se puede escribir su nombre en esta historia. Ma ria na. Ma-ria-na. Mariana es el flujo de una fantasía que lleva ya muchos años manteniéndose sobre la corriente. “P” piensa en ambos como un par de románticos trasnochados, de cursis nocturnos. Mariana es, quizá, la única mujer de quien puede decir que ha permanecido enamorado… de alguna forma. Es la mujer que, a pesar de que cambie de pareja está ahí, para él y él para ella.
Ella le ha dicho: “contigo le puse los cuernos a mi primer novio en aquella cama de hotel, después de habernos conocido en aquél encuentro de escritores y volví a ponérselos a mi segundo novio en el D.F.”
“P” sonríe. Le dice: “pues contigo le puse los cuernos a mi primera esposa la vez que tú se los pusiste a tu segundo novio”.
“Se ríen, cómplices.
“Recuerdan: iban en un autobús con otros dos chicos. Eran los únicos a bordo. Los otros dos, sentados en el asiento al otro lado del pasillo, les escuchaban conversar. Tenían el aspecto de criminales pero ponían excesiva atención a la conversación de “P” y Mariana:
-¿Por qué tienes esa cicatriz en el hombro?
-Porque me gusta que me corten cuando tengo sexo.
“P” siente crecer una erección.
-Mira –le dice, le muestra la muñeca izquierda y las cicatrices- Intentos de suicidio.
Los criminales de al lado escuchan música pero ahora han bajado el sonido. Atienden.
-Ya quiero llegar.
-Yo también.
Acaso esas palabras las dijo él primero, acaso ella. Son intercambiables y ambos se han encontrado y ahora reconocido. Con el tiempo “P” escribiría una novela que dedicará a Mariana. Ahí estará la anécdota, ahí narrará cómo se fueron a la playa, después de una noche de sexo sin penetración, parafílico, sangriento, que incluía el Golden Shower que él le haría a ella bajo la regadera antes de bañarse, y al volver Mariana a su ciudad su madre –que no sabía dónde había estado-, le soltaría: “hueles a mar”. Y ella se sorprendería.     
“La relación de “P” y Mariana se puede mantener porque ambos aman al otro sin celos, sin lo que los autores de novelas baratas (a veces esto, piensa “P”, se parece a una novela barata) denominan “ataduras”.
“P” cuenta a Mariana la historia de “K”. No faltan detalles, incluyendo aquella parte dónde le confiesa que “K” tiene 19 años. Mariana se ríe de buena gana. Añade el que una chica le ha dicho en el inbox del Facebook: “Depredador, lobo, patán…”. Mariana vuelve a reír.
-¿Y acaso no eres un depredador? Deberías de sentirte orgulloso “P”.
“¿Sabes que volví al Facebook solo por ella? Sí. Por “K”. No tenía el número de su celular pero sí su nombre y apellidos, así que la busqué. La encontré. Ahora tengo varias vías, en realidad, para saber dónde se encuentra cuando quiero algo con ella. Pero ya te contaré de “K”. Antes permíteme contártelo todo… desde el principio.    
“Empezó –narra “P”-, cuando decidí traer a Al, el cineasta peruano a la ciudad. Habíamos coincidido en unas jornadas de cine y nuestros puntos de vista eran parecidos. Decidí enseñarle la Ciudad de México primero. De nuestra habitación de hotel entraban y salían las chicas, recuerdo dos: una morena mexicana que se sentó al lado de él y una hermosa muñeca catalana, delgada y rubia que estaba a mi lado. Ambas fumaban hachís y fueron tan buena onda como para invitarnos. De ahí la noche se prolongó durante días incluyendo una fiesta con unos productores en Coyoacán dónde terminé compartiendo la mesa y los labios de dos maquillistas cinematográficas. Al y yo compramos los boletos para el autobús que nos llevaría al puerto. Le había advertido que no bebiera cervezas porque no lo dejarían abordar. Al alegó que en Perú no pasaba eso, Yo me reía diciendo que en México sí, Al que eso era estúpido, yo que sería estúpido si a ambos no nos dejaban abordar por su culpa, así que compré un café e intentamos pasar el arco antimetales. Pasé pero el policía detuvo a Al. Tuve que alegar que era un sudamericano que no sabía de estúpidas reglas mexicanas. Tras casi pasar la hora de salida él sujeto nos dejó pasar diciendo que no nos permitirían abordar, que eran unos mamones los de esa línea de autobuses. Abordé yo, y como suponía, a Al le dejaron abajo. La mujer policía fue hasta mi asiento para advertirme que mi compañero no viajaría. En la puerta le miré:
-No te preocupes, me voy en la próxima salida.
“Supuse que Al, simplemente se quedaría en la Ciudad de México, volaría a Perú y ahí acabaría todo pero no fue así. Una llamada a mi celular al día siguiente me hizo saber que Al había logrado colarse en un autobús de segunda y había llegado. Como durante las jornadas de cine habíamos andado juntos no nos habíamos molestado en apuntar los teléfonos o correos electrónicos del otro, así que había tenido que llamar al Instituto de Cinematografía dónde le proporcionaron mi número. Al llegar al puerto le llevé a un hotel barato. Por la tarde fuimos al cine a intentar ver una película de la muestra internacional pero a quien vimos fue a un amigo gay, “R”, dueño de una hermosa finca que es un desarrollo ecoturístico a la vez. Presenté a Al con él. “R” preguntó qué haríamos al día siguiente. Le dije que pensábamos ir a las ruinas arqueológicas del Tajín. Él opinó que antes fuéramos a su finca.
“Dice el mito hebreo que antes que Eva fue Lilith, la primera mujer de Adán, en realidad un espíritu, quien le enseñó el placer de la carne. Así, antes que “K” fue Chris, también llamada Mya. Chris nos miró en un restaurante, en la calurosa noche del puerto y se sentó con nosotros. Terminamos con ella en un hotel. Tres. Y gritamos toda la noche. El hotelero iba a callarnos a cada rato. Chris lloraba por momentos, recordando a sus hijos que mantienen alejados de ella mientras se drogaba. También le declamé aquel verso de Byron:
“La espalda al ángel volteé
Y por el sendero del pecado caminé,
Doce pasos, doce campanadas,
Hasta la puerta dónde nunca entré”
“A lo Chris respondió: quieres cogerme. La mañana llegó húmeda, cansada, con el cuarto lleno de humo de cigarro. “R” me envió un mensaje al celular. Debo decir que había olvidado a “R”. De mala gana fuimos a un lugar céntrico para esperarlo. A bordo de la camioneta iba “I” un actor que estaba haciendo los storyboards de una historia que quería filmar. Preguntó quienes éramos y qué hacíamos.
-Venimos de unas jornadas de cine. Hubo gente de Brasil, Francia, España, en fin… yanquis incluidos. Nos hicimos amigos de muchos de ellos. Él viene de Perú.
-¿Y tú eres actriz? –le preguntaron a Mya.
Ella, sentada a mi lado, sólo dijo:
-¡Yo soy pura cabrona!
“I” se sorprendió por el encuentro. Quizá habría posibilidad de hacer algo, de colaborar. Un guionista, un director de cine, un actor, una putilla que no cobra por dar las nalgas a un par de locos que conoce en un restaurante bar nocturno… ¡A toda madre!
“Pasamos una tarde de humo verde, nadando en el río, persiguiéndonos entre el bambú y los naranjos. Entonces Chris o Mya le pidió permiso a “R” de desnudarse. Los hombres y los gays terminamos con toallas en la cintura. Mya, morena clara de cabello de negra, se paseaba en todo su perturbador esplendor por la finca. Durante media hora se sentó sobre mi mano mientras yo le metía los dedos en el ano y, como podía, entre los labios vaginales mientras hablábamos de cine y futuras colaboraciones culturales.
“Fui al baño de la cabaña a orinar. A mi regreso encontré a Chris que, llevando una toalla, me soltó en el sendero de piedra:
-¿Quieres venir conmigo a la cabaña? –su sola pregunta me la levantó de súbito.
-Claro que sí, nena –dije.
“Sobre una pantalla, colocada a un lado de la barra del restaurante al aire libre que da al río, pasaban el video de los Doors:
“Al ritmo de “light my fire” le seguí mirándole las nalgas, pensando en esa frase de Bataille cuando el cliente le mira el culo a la puta que le lleva, escaleras arriba, a los cuartos dónde se acostará con ella en un mero intercambio económico: “¡la que va para arriba!” y ella no dejaba de fumar en su pipa de barro.
“En la cabaña explicó: le conté mi fantasía a “R”, quiero que me cojan entre todos. Nunca he hecho una orgía. Quiero que me la metan los cuatro. La cogí del cuello, de mala forma la tiré sobre los cojines de la banca de piedra que rodea el muro circular de la cabaña. Me desnudé de inmediato y la penetré. En unos segundos, mientras ella gemía y yo la gozaba, aparecieron Al, “R” e “I”, con cámara y celulares para filmarnos. “R” rodeó la cabaña, se situó en el exterior de la ventana de cristal que da sobre la banca de piedra, justo sobre el ojo de agua con nenúfares que está al pie del muro, afuera. No dejaba de grabarnos. Al se quedó a la entrada de la cabaña, buscando ángulos, y la forma en que la luz tiñera mejor la escena. “I” grababa sin ton ni son. Dos colores de piel. Morena y blanco. Uno de pie metiéndosela a la otra como a una gata sobre los cojines.     
“¿Recuerdas que puse una nota aclaratoria en mi muro de Facebook? Decía: “desmentido, no hice una película pornográfica con una negra. Negra sólo tiene el alma”. Chris, pudorosa, se cubrió la cara con un cojín. Eso me desconcentró… ¡y yo que quería seguir! Ella dio al traste con su propia fantasía y yo no pude terminar en ella. Yo le hablé de Dionisio el dios del éxtasis y cómo Jim Morrison se casó con una bruja wicce a quien destruyó porque nadie puede atrapar a un hijo de Dionisio. Le dije que soy un seguidor del dios y del mismo dios cornudo que los seguidores de la wicca adoran. Mya escuchaba maravillada, más maravillada que consciente mientras volaba…  
“Amanecimos a la orilla del río. Locos, ciegos, sordos. “R” nos llevó a una casa dónde, entre la maleza, encontramos una estela prehispánica. Y una niña, la nieta del dueño de la casa en cuyo patio está la piedra, que contaba una historia sobre la pieza aquella. Durante la noche hablamos de la posibilidad de filmar un cortometraje: la estela sería como un McGuffin que desataría una historia mística. “R” nos enseñó una puerta roja con vitrales de su propio diseño. La añadiríamos al corto. Partimos a la ciudad dónde Al llamó al aeropuerto para cancelar el boleto. Le dieron prorroga de un mes. Mientras “R” daba vuelta a la manzana tratando de encontrar estacionamiento dejó en la calle a “I” y a Al quienes fueron a buscar un ciber café. Le pedí que se orillara y nos dejara ahí. Me metí con Chris en un hotel a terminar lo que nos habían interrumpido. La chica se movía como látigo, apretándome exquisitamente con sus paredes vaginales, no intenté nada con ella más allá del sexo descafeinado. “Tan sólo es una prostituta” como dijera el dramaturgo John Ford.
“Esa es la historia de Chris a quien rencontraríamos durante la filmación del corto. Aparecía de repente, en bares, restaurantes, como un pinche demonio. En una de esas me increpó: “hola mi amor… estoy embarazada y es de ti”
Mariana ríe.
-¿Cómo conocieron a “K”?
-Al principio de la filmación estuvo Chris, al final y ahora ha estado “K”.
“De todas las chicas que entraron y salieron del rodaje ellas estuvieron al principio y al final. La línea se cierra. Es un círculo. Un Triskel. Y fue así: la última escena se filmaría en las ruinas del Tajín pero no nos concedieron los permisos así que recordé que existe un lugar, en la costa de Veracruz, llamada Quiahuistlán, dónde hay una serie de tumbas prehispánicas con forma de pirámides en miniatura. Está sobre “la ruta de Cortés”, así que allá nos encaminamos, bailando por la calle Al y yo mientras “I” tocaba una ridícula flauta de carrizo de esas que usan los totonacas, los indígenas de Papantla. Íbamos borrachos con cerveza y alcohol barato (por un mes dejé el buen vino tinto sin importarme demasiado debido a la marea que nos envolvió), entramos al mercado municipal dónde habíamos estado rodando una secuencia larga y alucinada con la complicidad de todos los locatarios a despedirnos. No dejábamos de bailar. Los locatarios reían y saludaban, nos abrazaban. Fue al doblar la esquina. Ella estaba ahí. Vestida como un sueño darkie, con piercings en los labios. Se me fueron los ojos sobre su cuerpo delgado, casi infantil. Al comenzó a hablarle primero. Bromeábamos con ella sobre cosas que he olvidado. Al principio pareció evadirnos pero luego se rió de buena gana. Nos dijo que estaba pensando y decidiendo si viajaría o no a ver a su esposo. Fue Al quien le propuso que nos tomara como esposos a nosotros. Que éramos gente de cine, que esto y lo otro. Yo le miré, a él quiero decir, pues se me había adelantado y ella nos miraba con unos ojos que no supe interpretar. Soltó un “Ok” por respuesta.
-¿En serio vas con nosotros? –dijo “I”, asombrado.
-Sí, sí voy –contestó. Y, la verdad, nos había sorprendido a los tres.   
“En ese momento decidí que tenía que ir con ellos. Al principio sólo iría a despedirlos hasta el autobús. Un autobús barato que los llevaría a una ciudad dónde transbordarían y así hasta llegar al destino.
 Yo llevaba poco dinero pero dije que no llevaba nada. Fue el primer anzuelo. “K” me miró y dijo:
-Somos cuatro y quiero que sigamos siendo cuatro, por favor. Yo puedo prestarte dinero-. Ella había picado como una trucha de río.
“El terreno desde dónde partían los autobuses era caliente y polvoriento. El autobús era incómodo y escogimos los asientos traseros. Durante toda la ruta, entre ranchos verdes y caminos rurales que nos sacarían a la playa “K” se sentaba por turno sobre las piernas de cada uno, besándonos entregada a la vez que bebíamos más y más. Luego le metimos mano y dedos y lo que pudimos. El autobús estaba caliente y ardió. El boletero caminaba por el pasillo mirándonos de reojo o, de plano, de frente mientras ella, con la blusa abajo nos enseñaba las tetitas para chuparlas. Al ser tres tuvimos la cortesía de ceder el turno a dos y el otro esperar. El chofer miraba por el espejo retrovisor. Por un momento temí que el sujeto dejara el volante y nos estrellara. Las dos mujeres que iban en los asientos contiguos, delante, parecían escandalizadas. “K” estaba babeada, la ropa estirada y nuestros dedos entraban y salían por sus orificios. Fue “I” quien descubrió los anillos de sus labios vaginales y me lo dijo. Lo comprobé por mi mismo. Así, entrando y saliendo de ella nuestras manos, dedos y labios, llegamos a esa ciudad calurosa. “I” le preguntó a la mujer que iba en el asiento de adelante dónde quedaba el sitio de autobuses. La mujer, que había parecido escandalizada por lo que hacíamos con “K”, sonrío de buena gana, dijo algo alusivo a que nos había visto todo el camino haciendo aquello. Le solté si quería seguir con nosotros, que la invitábamos, así sólo faltaría una chica para completar el sexteto. La mujer empezó a reírse pero no se negó. Nos acompañó durante dos cuadras mientras yo me quedaba atrás para besar a nuestra nueva adquisición y morderle el piercing del labio. “I” despidió a la amable pasajera besándole la boca. La mujer se fue caminando, volteando un poco antes de desaparecer.
“Encontramos el segundo autobús y seguimos turnándonos a “K” hasta que quedó con el delineador de los ojos corrido por el sudor, despeinada y maravillada por la experiencia. “I”, en un acto vulgar, conectó el móvil y puso un video de YouTube:   
“Lo que recuerdo es el cigarro que compramos en la farmacia que estaba justo sobre la acera dónde el autobús nos dejó. El cigarro que compartimos y a “K”, la chica que compartimos, y cómo Al la levantó en brazos a través de las calles, hasta la playa. La tarde se oscurecía y me la pasó a mí para entrar a una tienda a comprar cervezas. Delgada, la sostuve en alto mientras me llenaba de una alegría que no recordaba haber sentido en mucho tiempo. “K” nos pertenecía y la gente, turistas europeos que abarrotaban las calles, miraban sin mucha sorpresa lo que hacíamos. Y ahí estaba la arena y el mar. Y ahí la noche que oscurecía. Al entró al agua. Los silbidos comenzaron. “K” le siguió con una cerveza. Más silbidos. Nos rodearon cuatro salvavidas con silbatos colgándoles del cuelo.
“Alguno habló de llamar a la policía. “K” salió del mar. Otra vez tuve que dar la explicación del peruano ignorante de las leyes de este país. Que ni siquiera nosotros sabíamos que la playa se cerraba a las 8 de la noche y mucho menos que estaba prohibido entrar al agua con bebidas alcohólicas. Los salvavidas se calmaron cuando Al, después de desafiarlos unos segundos en que se arrojó sobre las olas una y otra vez, de espaldas, salió sin mucha prisa y se acercó a nosotros y a los salvavidas. Tras unas palabras con ellos se fueron. Gocé la noche y a la muchacha. Gocé el gozo de mis amigos. El mar estaba tranquilo y fantasmas cuyas caras no veía se movían por la playa, solos o en parejas, poco a poco dejando sola la arena y el mar.
“En ese momento decidí que tenía que volver…
-¿Qué? –pregunta Mariana- ¿Y volviste?
-Sí. Ella me dio el dinero y se fue a un hotel con ellos. Le dejé mi número de celular. Le hice prometer que me llamara al día siguiente como había decidido. Yo regresé en un taxi hasta otra ciudad. De ahí transbordé en un autobús de segunda hasta una nueva ciudad, cansado, durmiéndome todo el camino y no esperando nada. Al llevaba el material del cortometraje sin editar, a Lima, Perú, dónde una vez editado y musicalizado, será exhibido en las fronteras de todos los países andinos y en Brasil.
-¿Y “K”?
-Bueno. A la mañana siguiente me llamó al celular. Sin pensarlo salí tras ella. Nos encontramos, nos fuimos a un hotel y cuando se sacó los pantalones vi que no llevaba nada debajo. La explicación que dio fue que nuestros amigos la habían despertado después de usarla como a una puta diciéndole que tenían prisa, que se vistiera rápido y salieron a filmar al lugar acordado.
“Así me fue entregada “K”, mi esclava dispuesta a ser tuya si se lo pido. ¿Sabes? Recuerdo aquella niña… ¿tendría unos diecisiete años? Aquella que me dijiste que te había gustado. Era la hija del alcalde anfitrión durante aquel encuentro de escritores… cómo deseé tenerla con nosotros en un cuarto de hotel. Que la gozaras y yo te viera gozarla…  
-¡Oh, sí!... pero hoy… el resto es historia…
-La Historia de “K”… a la que se ha unido “A” de quien te hablaré luego y ahora tú.
-¿Quién es ella?
-Se ha ido a Ciudad de México… dónde “K” y yo viajaremos pasado mañana.
A “P” se le ocurre algo:
-¿Quieres ir? –le pregunta a ella.
Mariana sonríe.
-Sí –dice-. Quiero jugar unos días…
-Juguemos entonces… cabalguemos juntos…